Simplemente Honorina

Simplemente Honorina

Antes de visitar a Honorina debes despertar los sentidos, conversar con ella, comer su comida, pedirle una foto, entrar a su casa va más allá de un mero asunto de paladar.

Cuando era niña pasó hambre, nadie le pregunta esa parte de su historia porque antes que, a la mujer, la cocinera, la madre y ciudadana ven en ella a una estrella de TV, la ganadora del MasterChef 2017.

Para llegar a su restaurante -una modesta casa- enclavada en el corazón de Atlangatepec, puedes elegir entre dos vías, la de Tlaxco y la del Fuerte Apache; ambas recorren caminos rodeados de la laguna, un cielo azul y atardeceres de ensueño, dar con el sitio te será fácil si preguntas por Doña Honorina, la vecina más popular del lugar.

El pasado viernes Honorina abrió las puertas de su casa al público con un solo objetivo, que sus primeros comensales después del triunfo indiscutible en el programa de televisión lleguen a probar su sazón.

En el lugar, una casa pintada con múltiples colores y plantas por doquier nos recibe Dulce, la única de sus hijas mujeres y futura abogada, quien con ánimo y buena actitud nos da la bienvenida argumentando que su mamá no está pero que si hay comida.

Nos ofrece el menú, consomé de borrego, barbacoa, mole de guajolote y agua de tres sabores, avena, mandarina y limón, cualquier cosa suena bien, toma la orden y se marcha a la cocina.

En el comedor todo es tranquilidad, no hay televisión, música o distractores, únicamente el aire que golpea fuertemente las ventanas; minutos más tarde llega el motivo de nuestra visita, un plato bien servido de mole poblano con pierna de guajolote.

Pese a su buen sabor, ese mismo platillo no logró que Honorina quedara seleccionada en su primer casting en el programa.

Tras la buena comida pasamos al segundo propósito de la visita, una entrevista en exclusiva para Cuarto de Guerra, Honorina no estaba salió por recaudo para ofrecer a sus comensales tortitas de haba y camarón el próximo fin de semana; acompañada de su inseparable marido llegó a su domicilio se le avisó de nuestra visita y nos pidió cinco minutos, cero glamour, quería arreglar un poco su recaudo.

De mirada alegre y movimientos apresurados ingresó al comedor para saludar y dar la bienvenida, la mujer tiene 57 años y su historia de ensueño comenzó sin siquiera pensar.

Fue su hijo mayor quien le comentó del programa. Vieron juntos una final, ella dijo estaré ahí y, al año siguiente, estaba presentando ante múltiples chefs un guajolote relleno de escamoles, platillo con el que fue seleccionada.

Entre risas y los ojos llorosos por el recuerdo, Honorina cuenta que estuvo a punto de cocinar mal para ser expulsada, su marido enfermó mientras se grababa el programa y ella quería volver a verlo, entonces su hija fue quien le animó a continuar.

¿Cuántos años tiene de casada?

37 años.

¿Y qué tal?

Pues me apoya es buena persona.

¿Cómo ha cambiado para usted la vida?

Fíjese que antes de que fuera chef yo siempre he luchado, tejía unos tejidos hermosísimos los vendía porque tenía que salir adelante, mi esposo se iba a Canadá por contrato hasta que le dio la diabetes y ya no lo aceptaron entonces se nos vino la crisis muy fuerte y mis hijos estaban en la escuela, me levantaba antes de que saliera el sol, arreglaba a mis animales y comenzaba a tejer hasta las 11 o 12 de la noche, luego salía a vender todo fueron tiempos difíciles.

Veinte minutos son pocos para conocer a una persona, pero las mujeres como Honorina abren fácil su corazón.

Narra cómo su guajolote con escamoles le costó más de mil pesos prepararlo, que sus hijos -cuatro de ellos- son militares, su hija está por graduarse; cuenta que dios le dio sazón y fuerzas para salir adelante como muchas mujeres de la región y las invita a aprender oficios que puedan hacer en su casa para no descuidar a los hijos.

Honorina es una de los 11 hijos que conforman su familia, para ella los dos meses de competencia fueron tiempos de mucho trabajo. “Cocinábamos tres días para que saliera ese programa de tan solo dos horas, usted entra y le hacen muchos exámenes médicos, tienen su doctor, yo llegué y les dije tiene 20 años que no visito al médico”.

¿Se siente más contenta que hace dos años?

Sí, mi ilusión siempre ha sido que todos los niños de Tlaxcala tengan un árbol en su casa, que las mamás los ayuden a plantarlo y en cuatro años esos niños tengan una fruta que comer.

¿Honorina pasó hambre de pequeña?

Bastante. A mi papá le gustaba el pulquito, entonces yo dije, cuando tenga a mis hijos, aunque sea con sal yo los voy a proteger.

Yo siempre he luchado por el campo porque pienso que es como una segunda mamá, usted agarra su cubetita y sale por las verdolagas, los quintoniles, las calabazas y ya tiene que comer.

Sobre sus próximas decisiones, la apertura de su restaurante en la capital de Tlaxcala y la exclusividad con Televisión Azteca, Honorina explica que, incluso, ya sabe por quién va a votar en cumplimiento a su obligación ciudadana.

Le emociona hablar de sus hijos y nietos, el alma de su hogar, de su esposo amoroso, de la comida y sus plantas, de sus recuerdos televisivos, de los fans que la asedian en los mercados y ahora también en su casa; para ella el campo y los animales de su granja son su mejor ocupación, en 10 años espera ser recordada por su contribución a la alimentación de los niños, incluso tiene reservadas actividades para ellos de las cuales no quiso hablar.

Honorina habla de la alimentación como un legado, no toca el tema del dinero ganado en el programa.

¿Qué le decían sus hijos de verla en la tele?

¡Mamá no vayas a perder!

¿Se imaginó que todo esto le fuera a pasar?

No, estando allá yo pensé que volvería a mi vida normal pero no fue así.

Comienza a caer la tarde, el aire de Atlangatepec no cede, había que despertar los sentidos, Honorina es un ejemplo de lucha y amor por la cocina, la familia, amor por México y Tlaxcala.

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