La trova, la trova universal

La trova, la trova universal

A mi adorada extraterrestre en su cumpleaños.

Buenos días. La trova es considerada "patrimonio cultural del pueblo de Yucatán". El museo erigido en su honor alberga retratos al óleo y esculturas en bronce de los máximos representantes de este género poético musical: Ricardo Palmerín, Guty Cárdenas, Cirilo Baqueiro Preve "Chancil", Ermilo Padrón López, Juan Acereto, Armando Manzanero y Pastor Cervera. También se exhiben aquí cancioneros antiguos, partituras originales.

 

El inmueble, cuyo comité de bienvenida lo integran sendas esculturas, tamaño natural, de Pepe Domínguez, Guty Cárdenas y Ricardo Palmerín, cuenta con cuatro salas: Compositores, Intérpretes, Cantautores y Poetas, en las que están distribuidos 68 óleos que a lo largo de varios años elaboró el pintor yucateco Alonso Gutiérrez Espinosa.

 

En las salas también están en exhibición, diversos artículos: instrumentos musicales (guitarras, fonógrafos y violines, etc.); partituras y letras de canciones; documentos, fotografías, testimonios, medallas y trofeos, entre otras cosas, de los músicos yucatecos de todos los tiempos: Cirilo Baqueiro Preve “Chan-Cil”, Guty Cárdenas, Pastor Cervera Rosado y Armando Manzanero, entre otros.

 

El Museo de la Canción Yucateca es uno de los más importantes del país por su invaluable acervo, integrado por donaciones y objetos musicales en custodia, propiedad de descendientes o familiares de compositores e intérpretes.

 

El museo fue fundado el 5 de noviembre de 1978, por iniciativa de doña Rosario Cáceres Baqueiro de Manzanilla, nieta del compositor Cirilo Baqueiro Preve “Chan-Cil”.

 

Los géneros propios de la trova yucateca son básicamente tres: el bambuco, de origen colombiano; el bolero, de ascendencia cubana, y la clave.

 

México tiene música hasta por debajo de la tierra. Donde quiera salta un arpa, una marimba, un violincillo rasposo como aquel del viejo Elpidio, -el tamaulipeco-, una redoba, una tambora; pero la yucateca siempre ha sido reconocida como la esencialmente romántica. ¿Por qué? La trova yucateca canta a una novia, permanentemente deseada, pero también inaccesible.

Las canciones, los boleros mexicanos de por otros lares se permiten hablar de aventureras que venden caro su amor, o de pervertidas adorables, o de pecadoras. Muchas otras, suelen hablar de miseria, de odio y de amores perdidos, de fatalidad, incertidumbre, perfidia, despecho. Y tenemos luego de las que se llaman "de ardidos": --"no más un orgullo tengo / que a naiden le sé rogar, aay que la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar"--.

 

Pero en la canción yucateca jamás se dieron esos casos. Su inspiración es, primordialmente la mujer y ésta, como objeto de veneración y, quizá, como un sueño nebuloso e inalcanzable. ¿De dónde viene todo ese tan mentado romanticismo? Habremos de remontarnos alrededor de ochocientos años. Curiosamente, también se llamaban trova y trovadores. En el sur de Francia, donde uno no se lo imagina, resulta que el amor, antes de "esa" trova y de "esos" trovadores, era de otro modo. Todos estos cuentos de la pasión, el sufrimiento, los apretujones del corazón, la angustia de la ausencia, los surcos en las mejillas provocados por las lágrimas, los "teleles" y los altos y eufemísticos adjetivos dedicados a la loa del amor y a su objetivo principal, el ser amado, no existieron sino hasta la llegada de aquellos trovadores.

 

Fíjense si no: “peregrino de amor, vagaba triste, por sendas oscuras y de abrojos una gloria buscaba, sé que existe, la hallé en el fondo de tus lindos ojos”. Morir de amor es una fantasía trovadoresca y, sin embargo, todos hemos estado, mil veces, en la orilla misma de ese precipicio sin saber siquiera que se está viviendo una locura que antes del siglo XII, ni siquiera era imaginable y que hoy es tan frecuente, como canto de piedra de río.

“Compadéceme sí, con amor ven a mí, quiero volver a tener corazón”. El tiempo de los trovadores es el parteaguas a partir del hecho exquisito de componer un nuevo mensaje poético, de inventar una música para cantar a la mujer.

 

Del sur de Francia se fue desparramando al resto de Europa. El mundo entero se volvió un sólo caballero andante, al servicio de una mujer eventualmente inaccesible, evanescente, lejana -y casi por consiguiente virgen en la que se depositaban los sueños más ardientes, sueños cuya caducidad dependía del frágil hilo de una conquista jamás buscada y preferentemente pospuesta "yo sé que nunca, besaré tu boca / tu boca de púrpura encendida, yo sé que nunca llegaré a la loca / y apasionada fuente de tu vida". Yo lo sé. Todos lo sabemos. Posponer indefinidamente la consecución del placer es la malicia más apetecida por el deseo, aunque parezca lo contrario, y su mayor astucia. Así, el logro del objeto del amor, es paradójicamente, el final, la consumación, la muerte de la pasión.

 

Como quiera que hubiera sido, antes de los trovadores provenzales el amor no era así. Los orientales no conocen, más que por referencias, este tipo de amor. No lo podrían entender. Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa, Don Quijote y Dulcinea, Dante y Beatriz, son la esencia del mito. El amor imposible: Romeo y Julieta son el paradigma del obstáculo. Si los Montescos y los Capuletos hubieran sido amigos, en vez de enemigos irreconciliables, Shakespeare no se hubiera ni molestado en pensar en ellos: insulsa gente feliz.

 

Por otra parte, en toda nuestra música mexicana, -la de amor desde luego- hay profundos suspiros, quizá por la pérdida de este "triste padecer". Hay toda una mística religiosa, cristiana, en aquello de que el sufrimiento es el camino de la redención. Así somos. Tal vez por eso los instrumentos de tortura -con los que nos autoflagelamos- son de los más conocidos. Casi todos tienen nombre de bolero actual: Desdén, Olvido, Nunca, Ausencia, Lejanía, Distancia, Delirio, Obsesión, Perfidia; y casi todos nos han causado, cada uno a su tiempo, hondas heridas del alma que no acaban de curar. La mujer, -ese oscuro objeto del deseo- es la causa de todos estos males en la trova producida por aquellos antiguos juglares y en la de ahora: "La perdición de los hombres la causa son las mujeres" -no había, pues, entonces mujeres trovadoras- y la separación, la distancia de ella, es la leña que aviva la llama que nos consume.

 

En las canciones de otras partes de nuestro paisaje musical puede percibirse esta nostalgia por ese dolor de amar sin correspondencia, una especie de sabiduría de lo que significa y cuesta, digamos, la conquista para la destrucción de la pasión, para la supervivencia de la –tan mentada- “locura de amar”. Muchas de esas canciones lo dicen de manera explícita y en ocasiones muy bella, ante la plaza rendida: "El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde" (Agustín Lara) o "pero a veces quisiera volver a tenerte, tan lejos... porque nunca te tuve, tan cerca de mí". (Vicente Garrido) o "En el joyel de oro de mis recuerdos eres / como un lucero triste que se quedó dormido...aléjate, si quieres, salvarte de mí olvido" (Gonzalo Curiel) ¿No es cierto?

 

Hay mucho de artificio, de malicia, de sabiduría sobre el "cómo" es que se puede retorcer el alma del oyente. Cómo anudarle la garganta, a aquellas, al punto de la asfixia. “En tu boca de fresa, quiero besarte...y es un beso asesino, el que te quiero dar”, y aquel de “Tengo un pájaro azul, dentro del alma, un pájaro que canta y solloza”. De ahí mismo, de ese almácigo increíble, es que vienen todos los “Esquiveles” y los “Demetrios” y los “Navarros” y los “Manzaneros”. Nada menos. Ha de ser por eso ¿no? Canciones como éstas, las yucatecas, de amor doliente, al estilo purísimo trovadoresco se han compuesto -con esas intenciones específicas- en todos lados, pero podemos encontrar quizá, sin razón aparente, los mejores ejemplos en la canción yucateca, en esa trova tan nuestra, de ayer, de hoy y de siempre.

 

(Fuente. México desconocido y México en el Tiempo)

 

https://youtu.be/XgyOyJZt6yE

 

 

 

Felipe Carrillo Puerto y su amada Alma Reed, inspiradora de “Peregrina”.

 

El relato de cómo se concibió ese poema, es tomado de lo dicho por el propio poeta Luis Rosado Vega que publicó en 1952 en el cancionero Clemens, dirigido por Rubén Peniche Díaz.

 

Dice don Luis…

 

“La letra fue simple consecuencia de una lluvia primaveral. Llovió copiosamente una tarde, y esta lluvia auspició una noche espléndida.

 

Asistíamos al teatro; en el auto iba Alma sentada entre Felipe y yo. Entramos en el suburbio de San Sebastián. Con el aguacero de la tarde la tierra había abierto sus entrañas, y despedía de ella misma ese grato y sugestivo aroma de la tierra cuando acaba de ser fecundada por la lluvia; Alma dilató el pecho como para absorber a pleno pulmón aquellas fragancias y dijo: ¡Qué bien huele!

Le salí al paso con una frase simplemente galante:

 

–Todo huele bien porque usted pasa. Tierra, flores, quisieran besarla y por eso llegan a usted con sus perfumes.

Dijo Felipe al punto:

–Eso se lo vas a decir en un verso.

Contesté:

–Se lo diré en una canción.

 

Alma sonrió. Concluido el convivio y ya en mi casa, compuse la letra. No podía olvidar a Palmerín. En la mañana siguiente lo busqué y se la di. Dos días después ya había nacido la canción. Y eso fue todo”.

 

Así, con modestia, contó Luis Rosado Vega la historia de su “Peregrina”, una de las más hermosas canciones yucatecas tanto por la galanura de su verso como por la melodía de su música.

Los espero la próxima entrega.