Vida nada me debes; vida estamos en paz
Buenos días. Mayo, para mí, es un mes especialmente florido, lindo recordativo y bello.
Sucede que el que esto escribe, vio la luz primera un 8 de mayo del ya muy lejano año del 47 del pasado siglo.
La infancia que me tocó vivir, fue espléndida, no la cambiaría por otra. Los padres que Dios me escogió fueron los correctos. Una madre hermosa, todo bondad; un padre enérgico pero dulce y muy musical; dos hermanos a los que siempre les profesé un gran cariño de los que no recuerdo jamás haber tenido un conflicto o un distanciamiento; una abuela materna que a la temprana ausencia de mi mamá, fungió como bizarro ejemplo de entereza y amor, tías, primos y demás miembros que con el paso de los años han hecho de ese núcleo una familia comprometida con los valores.
Por el hecho de que mi papá fue un ferrocarrilero muy orgulloso, permítanme comparar mi vida con un ferrocarril, ése que sale de una terminal y va pasando estaciones, donde en algunas, baja gente amada que no volveré a ver y en las que también suben nuevos integrantes.
Ese tren que surca por sinuosas vías, que atraviesa por campos llenos de flores, en algunas ocasiones, o por eriales yermos; por límpidas praderas con un sol abrasador, o bien en medios de rayos y bravas tormentas. El mismo viaje que en noches lunadas proyecta en la comba del cielo la miríada de estrellas con las que el Señor firmó su obra.
Hay estaciones como las del calvario, otras, como los misterios gozosos, otras donde atraviesan juguetonas las linfas de un río.
En ese andar y andar va pasando la vida. A veces, un tímido céfiro acaricia mi faz; en otras, un estrépito acongoja mi ser.
Apenas y ayer me recuerdo jugando canicas, dándole con todo al trompo, gozando al ensartar el balero y a hacer una y mil piruetas con el yoyo.
Inolvidables mis días en un carrito de pedales que los Reyes de oriente tan magnánimos ellos tuvieron a bien entregarme un 6 de enero. Mis primeros pasos a mis escasos 10 años en la radio local y mi posterior aventura al escalar mayores retos.
El probar nuevos sabores, esos que en la casa paterna estaban vedados, ya sea por carencia económica o bien por la creencia de mi adorado papá a sus tabúes gastronómicos. Ese ‘escaparme’ de chaperón con el novio de la hermana de mi mamá mis entrañables -Gustavo y Carlota- a probar las delicias del mar. Esos queridísimos tíos que en mi viaje del ferrocarril bajaron en estaciones cercanas y a los que siempre eché de menos.
Pero también tuve la suerte de gozar con los bailes de la época, yendo de escolta de unas tías divertidísimas, hermanas de mi madre que a la menor provocación salían a menear el esqueleto a las notas del danzón, del mambo, del cha,cha,chá, o del naciente rock and roll.
Y ahí se aparecía el “chaperón” a cuidar la integridad de aquellas señoritas novieras hasta decir basta. Como olvidar a la tía Lupe, a Victoria y a Dolores, con las que cursó una parte de mi pre adolescencia.
En el recorrido de mi tren empieza a aparecer en lontananza las montañas y las cumbres, las escarpadas veredas, los rudos y desafiantes desfiladeros, vienen según me dicen las playas de la ‘experiencia’.
No me arrepiento de nada, pero hubiera cambiado todo por no conocer esas costosas costas.
También, un 8 de mayo pero del 71 cometí el sacrilegio de casarme. Sacrilegio, no porque haya sido malo, sino a fuer de ser sincero no estaba preparado para el trance.
Como haya sido, de esa unión vinieron dos criaturas maravillosas, hermosos seres de luz que siguen iluminando -a pesar de los pesares-, mi vida.
De pronto, mi ferrocarril descarriló, hubo que hacer reparaciones mayores y mi compañera de viaje, aquella con la que me había unido, decidió cambiar de tren e irse por otras vías.
Fue muy duro darme cuenta de mi fracaso, muy duro dejar dos pequeños muy chiquitos. Jamás, eso sí, porque yo así lo haya querido, fueron circunstancias totalmente manejadas por el demonio, demonio con nombre y apellido que se hacía acompañar por una cauda de acólitos satánicos.
La escarpadura fue ya muy tortuosa, mi tren desfallecía, pero al fondo de un túnel se me manifestó una luz iridiscente con un halo que con su fulgor me devolvió la existencia. Era un pequeño tren también descarrilado, con dos pequeños furgones como a los que a mí se me habían ido. Se unieron a mi locomotora y caminamos juntos un tramo largo de la vida, en el cual y de esa unión vinieron dos muñequitas preciosas; a la primera, no le pareció el itinerario del viaje y a los escasos 30 días decidió abandonar el tren; la otra es con la que sigo transitando esta ruta.
¡Ah! Pero no todo es pesar ni jaez de la vida. Llegaron los nietos, me resurgió el ánimo, se resarcieron las heridas, son unos pequeños truhanes, granujas que a su paso descomponen todo mi exagerado orden; ellos por los que a veces mi paciencia ya cansada se agrieta, pero que del fondo de mi armario saco toda la calma acumulada y me embeleso con su presencia, con sus diabluras y sus risas.
Este 8 de mayo llego a la estación ya sin número, quizá ya de las últimas de mi trayecto de viaje. ¿Qué me deparará el resto de la jornada?
Por lo pronto he revivido; mi corazón está reverdeciendo y es gracias a la extraterrestre que el destino en su coincidir trajo para mí.
Quiero agradecer en primer lugar al Creador quien me dio la vida.
A Josefina Villegas García y Bernardo León Vara, mis amados padres.
A mi abuela, Consuelo García
A mis hermanos, Alejandro y Margarita.
A José Ledesma y Rosario García, mis queridos tíos tutores.
A las madres de mis hijos, Martha y Leticia.
A mis hijos: Bernardo, Ricardo, Fernando, Jorge, Karla y Bernardette.
A mis nietos; a mis nueras.
A todas mis tías, primos, sobrinos, cuñados y familia en general por ser parte de mi tren y continuar conmigo.
A mis grandes amigos que la vida me ha obsequiado.
A mi música que me ha acompañado en las buenas y en las malas.
A ustedes amables lectores.
Y a ti que estás allí en tu reino junto al mar.
Benditos sean todos y gracias por ser parte de mi vida, de este ferrocarril que algún día, para mí, se detendrá a dejarme en alguna estación hasta hoy desconocida en distancia y tiempo.
Quiero recordar, y valida la ocasión, al gran vate Amado Nervo y su poema “En Paz”
-Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!-
***Y cuando ya no esté con ustedes solo quedará mi lacónico epitafio. ¡VIVIÓ!***
Los espero la próxima entrega.
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