Sarita Montiel
Buenos días. Este 8 de abril se conmemoran 5 años del fallecimiento de la gran Sarita Montiel.
Su legado cinematográfico fue basto, así como su discografía. Es por eso que si me lo permiten haré un sucinto recuento de su vida.
María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández; nació en Campo de Criptana, Ciudad Real, el 10 de marzo de 1928 en la España franquista. Descubierta en la década de 1940 por el productor Vicente Casanova, comenzó su carrera en España, con títulos como “Empezó en boda” (1944) o “Mariona Rebull” (1946), para luego trasladarse a México y, más tarde, a Estados Unidos, donde consolidó y amplió su reputación.
Fue en este último país donde, aparte de trabajar con directores de la talla de Robert Aldrich (Veracruz, 1954) y Samuel Fuller (Yuma, 1957), conoció a Anthony Mann, a cuyas órdenes rodó Serenade (1956) y con quien se casó en 1957; el matrimonio duró apenas dos años. A finales de la década de 1950, de regreso en España, se convirtió en un auténtico fenómeno de la gran pantalla por su trabajo en la famosa película El último cuplé (1957), filme al que siguieron, en la misma línea, La violetera (1958) y La reina de Chantecler (1962).
Sin embargo, a partir de este momento, sus apariciones se espaciaron, por propia decisión, en favor de su carrera como cantante, hasta su retirada definitiva del cine a principios de la década de 1970. Fueron su belleza voluptuosa y su aire de mujer entre tierna y seductora lo que hicieron de Sara Montiel un icono del cine español que aún perdura en la memoria de muchos espectadores.
Otras de sus películas destacadas fueron El capitán Veneno (1950), Piel canela (1953), Carmen, la de Ronda (1959), La bella Lola (1962), Tuset Street (1968), Esa mujer (1969) y Variétés (1971). Realizó su última interpretación cinematográfica en Cinco almohadas para una noche (1973). En el año 2000 presentó un libro con sus memorias, titulado Vivir es un placer.
Pablo de Llano extraordinario redactor del “País” cuenta:
“Marianela Andino, su grandísima amiga cubana, sostiene que Sara Montiel tuvo dos grandes pasiones en la vida: “La comida y los hombres”. Habla con el conocimiento de la cupletista que le dan los 45 años de íntima amistad que mantuvieron desde que la conoció en Miami en 1968 hasta su muerte, de la que se cumplen cinco años. Marianela se acercó a ella como fan y terminaron siendo “como hermanas”. Viajaba siempre con Sara. Era su ayudante, su familia, su confidente. “Pasábamos mucho tiempo solas y me contó todos sus secretos”, dice, y añade con misterio: “Hay uno, el más grande, que ella me pidió que contara después de su muerte y con el que aún no he decidido qué hacer. Tiene que ver con Sara y un señor, español, ya fallecido. Si lo oyeras, no lo creerías”.
En su casa de Miami tiene una habitación dedicada a los recuerdos de “Antonia”, como la llama por su nombre de pila. La señala, tan joven, “bella como un rostro de nácar”, riéndose con James Dean, fumando un puro con Marlon Brando, y se detiene en un retrato del actor italiano Giancarlo Viola. Si bien Saritísima, decía que el gran amor de su vida fue Severo Ochoa y que lo de ellos no fue posible porque no se veía “tomando el té con las esposas de los otros científicos”, Marianela afirma que fue Viola. “Me decía que nunca había visto una cabeza tan bella, que acariciarle la cabeza a Gianca era algo formidable”.
“Era una mujer ardiente, una mujer sexual a la que le gustaban mucho los hombres y que podía estar con el que quisiera”. “Pero el que más la quiso y más la cuidó fue Pepe Tous”, el empresario mallorquín con el que estuvo casada hasta que falleció en 1992 por un fulminante cáncer de colon. “Sara se desmoronó después de su muerte y me fui a Palma con ella un año. Eran días enteros de llanto. Yo dormía con ella en su cama. Una madrugada me desperté y se había levantado. Hacía frío y me la encontré en la terraza gimiendo envuelta en una manta”. Sara Montiel no soportaba la soledad. “No quería dormir sola, ni viajar sola ni tan siquiera comer sola”, recuerda. “Un día en Nueva York se partió una muela comiendo pollo y cuando el dentista se la iba a arreglar dijo: “Ven, Nelita, dame la mano”.
También tenía “pánico a la oscuridad”. Por las noches, dice su amiga, la protagonista de El último cuplé y La violetera requería que quedasen encendidas las lámparas de las mesillas de noche y hasta la luz del baño. Era una mujer de carácter, pero vulnerable. “Pepe siempre me decía: 'Nunca dejes sola a Antonia”. Y antes de que enfermase ya se preocupaba de qué pasaría si él se moría, si ella despilfarraría todo en dos o tres días o si vendría alguien a engañarla”. Tous era, además, el guardián de la figura de la actriz. Procuraba mantenerla siempre a distancia del pan, el otro gran amor de Sara Montiel. “Comer para ella era la vida”, cuenta Marianela. “Mi madre no se podía olvidar de guisarle una ropa vieja con frijoles cuando venía a Miami”.
“Cuánto la echo de menos”, suspira su amiga. Sonríe cuando recuerda la confianza con la que se intercambiaban insultos; o lo que le gustaba a Sarita el jabón de Estados Unidos para lavarse la cara; o cómo utilizaba simplemente aceite de oliva para sacarse el maquillaje; o aquella vez en Palma en que se presentó con los pechos al aire ante la cuadrilla de albañiles que estaba reformando su cocina. “Pepe le hizo señas para que se tapase, y ella solo se puso una mano en cada teta”.
Marianela Andino dice que Sara Montiel, nacida en una familia humilde de un pueblo manchego, era una mujer orgullosa de sus raíces. “Me preguntaba si yo la consideraba una mujer de pueblo. Yo le decía que sí y ella me lo volvía a repetir: '¿Verdad que yo soy una mujer de pueblo?”. Una faceta que convivía con la de los lujos de estrella. “Tenía un collar de brillantes y esmeraldas tan grande que le llamábamos el babero”. Un cuadro de la actriz medio desnuda y abrazada a una guitarra española preside el descansillo de las escaleras de su casa. Ella lo mira y repite una frase de su amiga: ‘Nelita, yo no soy buena actriz, pero mi belleza rompe esquemas’ ”.
Sara Montiel era una persona tan extraordinaria, tan singular, que hasta sus historias lo eran. Aseguraba que Franco la había mandado en misión secreta en 1965 a los países del Este, donde se veían todas sus películas. «Tuve que ir a Rumanía a pedir madera porque en España no había ni para hacer una silla. Fui consciente de que me estaba usando. No tenía otra opción, no quería que me fusilara». Lo contó en un programa de televisión cuando cumplió 80 años.
Acababa de cumplir 85 años el 10 de marzo. Insistía en que nunca se había quitado años. Y casi no nace porque su madre abortó. Lo que pasa es que quien practicó el aborto no se dio cuenta de que había otro feto.
Los espero la próxima entrega…
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