Maldito bicho…
La pandemia que tiene azotada a la humanidad no respeta a nadie. En un principio, la incredulidad sobre sus efectos letales pasó desapercibido. Los gobiernos del orbe, ante esta nueva enfermedad le apostaron a mantener su crecimiento económico y dejar en un segundo plano la salud de sus gobernados.
México fue uno de ellos. Entre frases irónicas y simplistas el Ejecutivo Federal no midió los efectos de este mortal virus. Hoy, nuestro país ocupa el tercer lugar en mortalidad solo por detrás de EEUU y Brasil, desplazando a la India que tiene una población mayor que la nuestra.
Ya no vale la pena dar las cifras de muertes que a la fecha ha dejado una estela de dolor, miedo, angustia, tristeza y orfandad en la sociedad mexicana, a cada instante las cifras cambian y con ella la desesperanza sigue creciendo.
En tanto, otras familias se debaten en el sufrimiento que significa contraer este padecimiento. Algunos en los hospitales, otros han decidido ante la falta de confianza en los sistemas de salud por falta de infraestructura hospitalaria y medicamentos, -más no en su personal médico que con la carencia de insumos por parte del Estado, hacen lo que pueden por cumplir con su noble trabajo, - por lo que, al contraer el virus, habilitan sus casas como pequeños sanatorios para hacer frente a esta difícil circunstancia que hoy la vida nos ha puesto como prueba.
Y si, el virus no respeta posición o clase social. En nuestro país tiene en confinamiento a la trilogía del poder político, económico y religioso; AMLO, Slim y Rivera, quienes están viviendo su propio padecimiento, los primeros al parecer más estables; en tanto el Cardenal se encuentra delicado de salud.
Lo más lamentable, que al momento que se dio a conocer que estos personajes habían contraído la enfermedad, las redes sociales se inundaron de comentarios positivos y negativos. Saltó a la vista la polarización que vive el país, ese divisionismo que ni en los momentos de duelo o dolor generalizado cesan.
Quienes hemos pasado esta enfermedad nos da una lección para ver la debilidad de nuestra naturaleza humana. Y como la sanación es una oportunidad que la vida nos presta. Sirve para que rectifiquemos el camino de lo bueno o malo que se ha hecho en el andar de nuestra existencia.
Por ello, ante el padecimiento del Presidente AMLO y la falta de información veraz, respecto a su estado de salud se prestó a una infinidad de cometarios, incluso aquellos que deseaban lo peor. Si bien podemos estar o no de acuerdo con la forma en que dirige los destinos del país, expresar lo más ruin de nuestros sentimientos no abonan en nada en estos momentos donde la solidaridad debe prevalecer, pues cada uno vive su Covid a su manera.
El hermetismo con el que se condujo la información y el discurso ya superado desde la perspectiva de los derechos humanos, de que no se podían dar detalles del estado de salud del Presidente por derecho a su privacidad, por lo que imperaba la confidencialidad en su historial clínico. Nada más risorio. No se trata de un asunto de un ciudadano particular, sino de un hombre de estado. Se trata de la ponderación de dos derechos; el de la privacidad y el derecho a la información donde priva el interés general de la sociedad por saber qué pasa con su Presidente. Vamos, es un tema de seguridad nacional. Donde la gobernabilidad de un país se encuentra en vilo. Lo más sencillo era dar a conocer un diagnóstico sobre su estado de salud y parar tanta rumorología.
Ello obligo al mandatario a aparecer y dar su propia versión de cómo está sorteando este momento difícil. En verdad que bueno por el bien del país que esté saliendo adelante. Lo lamentable es el discurso que dio, la estrategia implementada para hacer frente a la pandemia seguirá, “pues vamos bien”. Aunque los datos de la realidad sean otros.
No puede ser que la estela de dolor tenga sometida a la sociedad mexicana, mientras la estrategia de vacunación se politiza al preferir a los “Siervos de la Nación”, antes que terminar de vacunar a los médicos y trabajadores del sector salud. Y para el colmo los representantes de la 4T en el Congreso Federal pedían que sean considerados con su respectiva dosis, en el remate del cinismo. Al diablo con tantas ocurrencias e improvisaciones. Como dice la canción “a donde vamos a parar” …
Mi agradecimiento a todos los familiares, compadres y amigos, que en los momentos difíciles que hemos pasado nos mostraron su solidaridad y afecto. No hay palabras para reconocer ese gesto.
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