Juntas, ni difuntas...
Hace mal la dirigencia nacional de Morena en minimizar la ruptura que se generó en Tlaxcala, tras la postulación de Lorena Cuéllar, como candidata a la gubernatura.
La abierta inconformidad de la empresaria Dulce Silva y la negativa de la senadora Ana Lilia Rivera Rivera, a levantar la mano a la ex delegada del Bienestar, van más allá de simples caprichos.
Desde sus posiciones cercanas a los círculos de poder de la 4T, ambas precandidatas tienen información que involucra a Lorena Cuéllar en actos de corrupción.
La senadora de la República documentó, durante los fallidos congresos distritales, cómo la súper delegada utilizó los programas sociales federales para sus fines personales.
A su vez, durante su corta precampaña, la empresaria de Huamantla recibió decenas de denuncias de beneficiarios del Bienestar, a quienes se les mocharon los apoyos.
Encima de ello, las dos aspirantes fueron objeto de una ruda guerra sucia, acompañada de intimidaciones y espionaje, para bajarlas de las preferencias ciudadanas.
Sin embargo, esos antecedentes, aparte de su pasado priista y perredista, no valieron para Mario Delgado, para levantarle la mano a Lorena Cuéllar.
El agravio a Dulce Silva y a Ana Lilia Rivera fue tan evidente, que el dirigente nacional de Morena, pidió a su candidata en Tlaxcala a buscar la unidad de inmediato.
Se duda que eso pueda ser posible, cuando hubo de por medio muchas descalificaciones y ataques, sobre todo de tipo personal.
En política, las campañas sucias sirven para descontar al oponente, pero tienen pocos resultados cuando se trata de cicatrizar heridas, sobre todo si se trata de mujeres.
Y eso lo sabe la ex alcaldesa de Tlaxcala, donde no se entiende por qué, si ya tiene experiencia en ello, sigue promoviendo las campañas de lodo contra sus adversarias.
En la campaña electoral de 2016, Lorena Cuéllar, candidata del PRD, utilizó la guerra sucia para atacar con todo a Adriana Dávila Fernández, del PAN, y a Martha Palafox, de Morena.
Después, cuando perdió ante el priista Marco Mena, la entonces perredista se quiso hacer la víctima y buscó tirar la elección, alegando que fue objeto de violencia de género.
Para documentar su denuncia, Lorena Cuéllar buscó el respaldó de sus compañeras en el Senado, Adriana Dávila y Martha Palafox Gutiérrez.
A cambio de la firma de la panista y petista, Lorena les ofreció varios puestos en el gabinete para los suyos y, ya desesperada, la formación de un co-gobierno.
Como resultado recibió sendos portazos en las narices, lo que demuestra que en los agravios políticos, las mujeres no olvidan.
victortamayo5@hotmail.com
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