‘Viaje al interior’, diálogos desde un penal

‘Viaje al interior’, diálogos desde un penal

Desperté pensando en Scherer, el periodista que decía, iría al infierno por conseguir una entrevista.

La prisión no es el ‘infierno’ pero se parece mucho, entrar ahí -como visita- es el equivalente a ver una película de terror, salir del cine y olvidar.

No aretes, reloj, ropa oscura o pegada, zapatos de piso, una identificación, aunque no sé para qué, todos ahí te miran como un delincuente y tratan como si alguien les indicara ser superiores a ti.

Es domingo, día de visita en el Centro de Reinserción Social en Tlaxcala (Cereso), en la fila, la primera de ingreso; mujeres acomodan sus bolsas, encargan sus cosas en los negocitos locales, compran semillas, cacahuates, dulces o simplemente se cambian la blusa para poder pasar.

A la entrada, un trabajador social detiene a una mujer con tres niños, a quienes les impide el acceso por no haber solicitado a tiempo un permiso.

Cuando toma tu INE para el registro no te mira, para él, dejaste de ser ciudadano, puertas de acero con una ventana, abre el custodio, revisión física, a algunas les quitan la ropa y los zapatos, es reglamento.

El siguiente filtro me permite ver lo vieja que es la prisión, un edificio de los años 60´s, paredes beige, puertas cafés, ahí, te marcan el brazo con una especie de sello, no se ve más que con el rayo del sol directo en la piel.

Pasos adelante hay un altar muy grande, lo vinculo a la fe, lo único que tienen las familias que por ahí pasan.

El pasillo se reduce y hay cámaras por todos lados, mi acompañante refiere que le llaman el muro de los lamentos, donde padres, madres y hermanos han caído en la realidad legal de sus familiares cuando están en prisión.

Cinco filtros y hasta el aire cambia, abren la última puerta, en el patio hay palomas, niños corriendo, sarapes colgados dan un poco de sombra a las bancas improvisadas, tablones sobre cubetas, planchas de cemento donde colocan la comida para que puedas convivir.

El Cereso en Tlaxcala cuenta con una población que supera los 200 reclusos, pero en el patio debe haber menos de 30 con sus respectivas familias.

Me recibe Mario, un hombre acusado de secuestro, pero eso no lo sé hasta que converso con él. No me sorprendo, lleva más de 19 años ahí.

Un patio para ‘sentenciados’ y uno para ‘procesados’ sólo llego al primero, donde incluso opera una especie de tienda o cooperativa hasta donde padres con sus hijos se acercan a comprar agua, refrescos, golosinas.

No dejas de ser padre estando en prisión. La lección me la da Agustín, quien, comiéndose una paleta, se pasea abrazado de sus cuatro hijas, cometió homicidio, pero la postal es digna de una revista de sociedad.

¿Dónde nace la maldad?, fue la pregunta que me dio vueltas todo el tiempo mientras estuve ahí. ¿Existe un gen?, ¿las circunstancias?, ¿necesidad?, ¿puerta falsa?, ¿desigualdad?, no, ¡la culpa es del tejido!, del famoso tejido social.

Sentada en un rincón del patio tomo un té mientras Mario, a quien visitan una vez al año, me cuenta que, de niño, vivió en una familia de más de ocho integrantes, comían al azar y un día se volvió policía.

De su relato me llaman la atención dos cosas: asume su culpa y no deja de repetir que ‘era un hijo de la chingada’, antes de que la vida se encargara de ponerle un ‘hasta aquí’, su sentencia es de 32 años, tenía 29 cuando entró.

Mientras Mario me cuenta como en 15 días se ganaba hasta 700 mil pesos, que gastó en la playa, viajes, lujos y alimentos, que fue paracaidista del ejército, y sirvió de escolta a Garay Maldonado, actual titular de la oficialía mayor en el gobierno de Enrique Peña Nieto; cruza el patio ‘El mamado’, vestido bien, muy bien, porque su delito es el lenocinio.

Originario de Tenancingo, todos ahí infieren su ‘asunto’ es muy grave, porque ni con dinero ha podido salir, está esperando una sentencia.

Otro recluso me cuenta de Gil, salió hace una semana a poco menos de cumplir 23 años de condena por violación, fue absuelto, pues el delito del que le acusaban no lo cometió.

‘El Adrián’ es otra historia de ripley, pasó más de 10 años en prisión y hace casi dos salió a las calles, cuentan los chismes del pasillo que ahora es Policía Federal en Tamaulipas, pero a nadie le consta.

Aunque no ven televisión y su condición jurídica les impide el voto, ellos siguen siendo mexicanos, la euforia del mundial los alcanzó, porque un preso y su pequeño van vestidos con ‘la verde’.

Guardamos silencio un minuto, entonces conozco a Hugo, un jovencito que hace tres años entró a una bodega Aurrera a comprar un shampoo, pagó con un billete de 200 lo recuerda muy bien, fue detenido y preso por robo a comercio en Zacatelco.

¿No que pagaste?, le pregunto.

‘Ese día pagué, pero antes muchas veces entré a robar’. Curioso caso, le seguían la pista.

Hugo saldrá en un mes, no es de Tlaxcala, pero vivía en Panzacola, tiene 22 años, ya pagó su condena y, aunque no esté reinserto pues ha vivido cosas terribles, su mirada me dice que no lo volverá a hacer.

Para conocer a un recluso necesitas tiempo, mismo que se deben dar los psicólogos, trabajadores sociales y hasta custodios a efecto de ‘reinsertar’ a quienes cometieron delitos y están por salir de prisión.

En sus terapias les piden ‘un proyecto de vida’, y les preguntan: ¿qué harán cuando salgan de prisión?

Muchos de ellos no tienen las respuestas, han pasado la mitad de su vida, enfrentando procesos o purgando una condena.

‘Estando aquí no se dan tiempo para conocerte, para entablar una relación, las familias muchas veces vienen al principio y luego continúan con su vida, tuvimos un compañero a quien su mujer lo dejó, pasó mucho tiempo como zombi esperando algo que no llegaría, ninguna autoridad penitenciaria lo notó’, refiere uno de ellos.

¿Cómo le entraste al negocio del secuestro?, le pregunto a Mario.

‘Trabajaba en la policía, conocía a muchos, un día uno de ellos me invitó, se veía fácil y lo fue, para más nos salió y en menos de 15 días habíamos cobrado millón y medio de pesos.

No me justifico, pero ese fango lo conocía desde niño, en mi casa comíamos ‘a la carta’ quien ganara el juego comía, dormíamos 4 en una cama o cartón, ves dinero fácil y loco te quieres volver, yo ya era un hijito de la chingada’.

Sin importar a cargo de quién esté a cargo la dirección o el horario de los custodios, en el Cereso se mueven negocios, tienen celulares, líneas 01 800 de Telmex para hacer llamadas sin pagar, drogas las que quieras y en las dosis que las necesites, alcohol, cigarros, puedes pagar porque te limpien tu celda, laven tu ropa, también por protección.

Historias hay muchas y cada recluso cuenta una, las estancias se abren a las 7:00 y se cierran 12 horas después, pasan lista tres veces al día; hay que trabajar en los talleres, te visitan los jueves o domingos, ahí se aparta el agua no hay toma corriente, una pastilla de luz ilumina 6 estancias, cuando se va hay que gritarle al custodio.

Es una prisión porque se pierden libertades que sólo el tiempo les devuelve, pero también es un viaje al interior, donde algunas veces se tiene el tiempo de pensar.

¿Dónde nace el mal?, no lo sé, pero hay tejidos como el social que una vez que se rompen, cuesta mucho reconstruir.

 

Galería