Machismo y violencia en tiempos de Covid-19

Machismo y violencia en tiempos de Covid-19

No es novedad que los hombres por regla general desde que nacen se les regalan juguetes basados en la bravura, la valentía o la energía. Y a menudo, se les expone a deportes de contacto. El fin es que en un futuro se conviertan en hombres fuertes y rudos, sin miedo ni debilidad y capaces de proteger a las mujeres.

Otro factor que también refuerza el machismo son las series y películas, las cuales siguen teniendo como principal protagonista al policía musculoso, al hombre cabeza de familia y protector o al superhéroe vigoroso. Y aunque se ha empezado a introducir reciente y ocasionalmente el análogo femenino, aún son realmente escasos los filmes que tienen como protagonista a la mujer salvadora del hombre.

Generalmente, un maltratador es una persona que tiene valores muy tradicionales y se ha criado en un ambiente con estereotipos machistas. Así, desde pequeño, los educan de tal manera que ya en la adultez son unos machos formados de manera natural ante los ojos de su familia y por ende de la sociedad.

Si le ponemos el valor agregado al machismo que va de la mano con la discriminación sexista o de género y actitud prejuiciosa hacia las mujeres, como, por ejemplo: considerar que el hombre es la “cabeza de familia” proveedor de la economía familiar y que la mujer debe limitarse al cuidado de los hijos en casa. Esta actitud además de retrógrada, genera un profundo y prolongado daño psicológico a la mujer.

No se trata de cambiar la base léxica de un idioma, ni de caer en rimbombantes palabras que más que ayudar, confunden. Muchas veces, el sexismo se manifiesta en algo tan banal como el lenguaje que se utiliza para dirigirse a las mujeres.

Entre otros muchos prototipos como el poner de manifiesto la fortaleza u hombría usamos; “eres un gallo”, “estás hecho un toro” o “pareces más astuto que un zorro”. Sin embargo, por contraposición, los femeninos de esos adjetivos tienen una connotación muy negativa hacia las mujeres “eres una gallina”, “estás como una vaca” o “pareces una zorra”. Mientras que una mujer puede ser “como una niña”, un pequeño varón es ya “todo un hombrecito”. ¿Somos conscientes de ello?

Recordemos que los agresores suelen tener pensamientos distorsionados sobre los roles sexuales. Consideran que el otro género es inferior a ellos y lo justifican mediante la violencia.

Son hombres que están repletos de prejuicios, lo que les hace reaccionar de manera violenta, a eso le sumamos la mala comunicación, que un hombre maltratador genera al imponerse en la familia a través del resentimiento, la terquedad por lo que no suele comunicarse de forma asertiva, generalmente tampoco se expresa ni de manera directa ni con claridad.

Sus signos de intolerancia los convierten en tiranos, testarudos, obstinados y antidemocráticos. Su rigidez de pensamiento hace que impongan siempre y ante cualquier circunstancia su criterio personal. No dejan espacio para la crítica, la autocrítica u otros puntos de vista contrarios a los suyos. La confrontación la impiden con despotismo.

Con estos antecedentes y de esta clase de hombres y sobre todo en estos tiempos de confinamiento, se acentúan más sus actitudes violentas, ya que no toleran estar mucho tiempo en casa, sobre todo si no apoyan a las tareas domésticas ni el cuidado de los niños, les genera estrés, impaciencia, desesperación, ansiedad entre otras conductas que al final se reducen en violencia contra su pareja y familia, esto aunado a ingerir bebidas alcohólicas u alguna sustancia toxica, se convierte en un ser potencialmente peligroso para su pareja.

Lo grave de este tema, es que; el machismo se ha considerado algo cultural, la violencia familiar ha existido en todos los tiempos y es hasta hoy cuando sale a la luz pública y jurídica, difícilmente las mujeres denuncian a sus parejas, incluso desde el noviazgo, ya que el machismo en los hombres es notable desde temprana edad, y empiezan a generar en sus relaciones de noviazgo dependencia emocional para tener el control y ejercer la manipulación, incluso la violencia física, lo que sigue causando intriga en la sociedad es porque aun con estos antecedentes las mujeres se casan o se embarazan de este tipo de individuos, viven juntos y llega lo peor, continúan por mucho tiempo con este círculo toxico, sobre todo cuando llegan los hijos, y por lo tanto lo que los niños o niñas van a tener de ejemplo en sus casas este tipo de conductas entre agresor y víctima. 

Es difícil aceptar que las mujeres lleguen a tolerar un exceso de violencia por parte de sus parejas, ya que la primera vez que violentan a alguien se le considera víctima, pero una segunda vez que lo permite, se convierte en cómplice.