'Una muchacha guapa de Tlaxcala'

'Una muchacha guapa de Tlaxcala'

Hermosa y maravillosa Coco, ¿cómo expresarte mi agradecimiento por tanto tiempo a mi lado? ¿Cómo decirte gracias por tantas veces que has estado conmigo? Hoy agradezco tu compañía en el más reciente viaje a Chihuahua. Desde que te anuncié que iría me dio mucha emoción que pudieras ir. No lo sabes, quizá, pero de un tiempo para acá la posibilidad de viajar me da alivio, es un aliciente para las rachas de ansiedad que a veces experimento. ¿Te acuerdas cuando me acompañabas en mis viajes a Chignahuapan o a Zacatlán?

Una vez que fuiste conmigo a Tehuacán, aliviaste el dolor y la frustración con tu presencia. No lo sabías, pero por razones obligatorias tenía que ir a ese lugar y entonces tú, con tu compañía hiciste el recorrido más llevadero. Que estuvieras conmigo, sentada en el asiento del copiloto me alegraba el viaje, ibas describiendo lo que observabas y recuerdo mucho que dijiste que se notaba cuando se acababa Tlaxcala y empezaba Puebla: “Se ve porque en Tlaxcala hay muchos papalotes y en Puebla no”. Aunque quizá lo que en verdad comentaste fue que se podía contar la felicidad por la cantidad de cometas en el cielo. Para el caso es lo mismo, porque tu sabiduría infantil iluminó ese día, como muchos durante estos años.

También recuerdo cuando una vez que fuimos a una cabaña en Zacatlán al acercarnos al centro te pregunté que qué querías comer y te di algunas opciones: camarones, pizza, pasta… y tú tranquilamente respondiste: un taco de chicharrón. Nadaste en el chapoteadero templadito aquella vez y tengo fotos entrañables de esos días. También recuerdo que hicimos un desastre al tratar de asar bombones en la chimenea, pero no pasó a mayores y nos divertimos bastante.

Y ahora, como te decía, agradezco hayas ido conmigo a Chihuahua. Tenía deseos de conocer Barrancas del Cobre desde hace ya tiempo y de subirme al Chepe. Tu mamá te dejó ir, tú tenías vacaciones y todo se acomodó. Saldríamos un viernes de madrugada, así que en la noche del jueves te fuiste a quedar en mi casa porque el punto de reunión quedaba a una cuadra de ahí. Te sorprendiste de que a la 1.25 am nos fuéramos caminando hacia los portales. También sorprendida apuntaste que para la hora había mucha gente en las calles. Te dije “claro, andan cenando hamburguesas o están saliendo del antro”.

Llegamos, acomodamos nuestras maletas y nos subimos al transporte que nos llevaría al aeropuerto. Tuvimos la mala suerte de tener el primer inconveniente durante el viaje: las señoras que se sentaron atrás de nosotras empujaban el asiento con sus rodillas y no paraban de platicar y carcajearse durante el trayecto de dos horas.

En el aeropuerto vimos al que parecía ser un equipo sub 16 de futbol español, lo intuimos por su forma de hablar e hiciste algún comentario respecto a que algunos integrantes eran atractivos. Un par de ellos voltearon a verte, eres muy bonita, mi Coco. 

Subimos al avión jugando y tomé un par de fotos tuyas haciéndote la interesante al pasar por el túnel hacia la aeronave. Dormimos un rato en el avión y llegamos a Chihuahua. Personal del hotel fue por nosotros y nos condujo al centro de la ciudad. Dejamos el equipaje y salimos apresuradas a buscar un sitio donde almorzar. Moríamos de hambre. Sin conocer la ciudad y sin usar GPS encontramos un café que ofrecía desayunos, parecía de esos lugares de paso de las películas gringas. Yo pedí unos huevos y tú las enchiladas suizas. Trajeron mi platillo, acompañado con un poco de arroz y frijoles refritos. Te convidé. Empezabas a impacientarte. Cuando por fin trajeron tus enchiladas nos topamos con el segundo inconveniente del viaje: picaban y tú no comes picante. Te dije que pidiera algo más. “No, ya no nos da tiempo”, dijiste. Comiste un poco de tortilla con frijoles y dejamos las enchiladas porque ni yo pude comerlas. Al pedir la cuenta, la chica que nos atendía preguntó si no nos gustaron y contestamos que la cosa era que picaban mucho y tú agregaste que de donde veníamos las enchiladas suizas no pican.

Volvimos al hotel para tomar el paseo en tranvía y desde que nos subimos nos acompañó varias veces durante el viaje una canción que dice: “Una mushacha shula de Shihuahua me vendió una mashaca”. Vimos las torres de la penitenciaría, una construcción de la primera década de 1900, hecha en cantera y donde en diferentes años las tropas de Victoriano Huerta y posteriormente las de Pancho Villa llegaron a establecerse. También vimos la iglesia de Santa Rica, patrona de la ciudad y cuyas festividades son en mayo, precisamente el día de cumpleaños de tu hermana. La primera parada fue en el Museo Histórico de la Revolución, administrado por la Secretaría de la Defensa Nacional y que fuera la casa de Francisco Villa.

Recorrimos las habitaciones decoradas con elementos de la época, resaltaban los techos y paredes pintados con adornos de flores y pinturas tipo mosaico en diversos colores. Espejos, relojes, pinturas de pavorreales, lavamanos, escritorios, roperos, piano, mecedoras, sillones y un fonógrafo de los tiempos del Centauro del Norte.  También observamos armas que le pertenecieron, así como algunos uniformes, botas y sillas de montar.

Después de tomarte una foto en el patio central de la casa, decorado con una fuente circular que se acompaña por un naranjo, vimos el auto Dodge Brother de 1922 donde fue asesinado Villa en 1923.

Al dirigirnos a la salida pudimos saludar al mismísimo General Pancho Villa, encarnado por el actor Azgard Ramírez, proveniente de un linaje artístico encabezado por Jesús Ramírez Mendoza, actor, director y que, en mi infancia, cuando formé parte del grupo de teatro infantil del Xicoténcatl, dirigió ese recinto en la ciudad de Tlaxcala. Luego te contaré cómo echo de menos el buen teatro en ese bello lugar. Tomaste la fotografía del recuerdo y le dejé saludos al maestro.

Nuestra siguiente parada fue la Quinta Gameros, una majestuosa casa estilo francés de la época porfiriana que le perteneció al ingeniero Manuel Gameros Ronquillo, un miembro destacado de la elite político-empresarial de esa época, que la mandó a construir basándose en una casa francesa y que se terminó de edificar en 1910. Suntuosos vitrales, esculturas en los salones, en las escaleras, muebles de elegante diseño, grandes espejos, habitaciones ricas en su decoración que el ingeniero tuvo que abandonar porque ese mismo año inició la Revolución.

Al otro día partimos hacia la sierra y llegamos a Creel que de primera mano nos quedó corto, acostumbradas a los pueblos mágicos de por aquí. Nos establecimos en el hotel y a la noche, mientras cenábamos, quisimos ir a cazar el tren que estaba a punto de ser guardado en su lugar para partir al otro día temprano. Sólo lo vimos de lejos. Hicimos desastres también a la noche, pero otra vez aprendimos. Al otro día abordaríamos el Chepe.

Subirse a un tren tiene algo de nostálgico. Uno ahí va más lento, puedes admirar el paisaje con mayor amplitud y tiempo. Llegamos a la estación al otro día a las siete con treinta. Nos tomamos las consabidas fotos con el tren de fondo. Por cosas de la suerte nuestro boleto fue de la zona ejecutiva. Casi al inicio del viaje nos levantamos y fuimos a la cafetería a comer unos waffles y tomar café. Las dos horas hasta Divisadero no nos alcanzaron para conocer el tren en su totalidad, pero la vista fue majestuosa. Grandes rocas bordeando las vías. El bosque, la neblina. Queríamos que el viaje durara más, pero nuestra parada estaba cerca, bajamos y continuamos el recorrido. Llegamos al parque de Barrancas del Cobre y fuiste feliz preparándote para una de las tirolesas más largas del país y de las más grandes del mundo. El recorrido duró apenas unos minutos, pero como toda tía culeca me sentí dichosa y feliz de verte igual y de mirar cómo te alejabas convirtiéndote en un puntito en la inmensidad de la hondonada. Cuando te pregunté cómo te habías sentido dijiste justamente eso.

Me subí al teleférico para alcanzarte al otro lado y de nuevo pude contemplar la inmensidad, poblaciones raramuri insertas en la cordillera a donde los habitantes sólo pueden llegar caminando, por eso son los de los pies ligeros. De regreso pasamos por uno de los puentes que atraviesa el Chepe y vimos pinturas rupestres que representaban a las montañas y al sol.

Al otro día fuimos a conocer una casa tarahumara ubicada en una cueva, acondicionada como dormitorio, cocina y comedor. Vimos la estatua del indio pascola, como el de los cuentos de Bruno Traven y pasamos a ver una roca en forma de elefante. Probaste los burritos pues no habías desayunado en el hotel y a pesar del cansancio, quisiste bajar a la caída de la cascada de Cusarare. Es fascinante ver cómo conservas esa curiosidad que te hizo acercarte a la caída de agua para juntar guijarros y sentir la brisa. Después fuimos al lago artificial de Arareco y nos dirigimos hacia la comunidad tarahumara de San Ignacio donde me fascinó la Misión. El desierto, el cielo y las nubes de ese lugar permitieron hacer algunas fotos memorables.

Atravesamos el valle de los hongos y el Valle de las ranas y preguntaste si se llamaba así porque había de esos anfibios porque querías tocar alguno a lo que te dije que no, que era por la forma de las rocas.

Al regreso a Creel por fin probamos los famosos “madrazos”, un plato que puede describirse como un mega burrito con queso, cebolla, carne y papa, también quisiste probar la machaca que me dijiste que te gustó. Con tus dotes sociales te hiciste amiga de una japonesa que viajaba sola y le recomendaste venir a Tlaxcala que dijiste está más bonito que Creel.

En la última noche conviviste en la fogata con todo el grupo viajero y tu buen corazón hizo que le dieras de comer a los perritos que rondaban el lugar.

El último día en Chihuahua fuimos al Museo Menonita y a unas grutas iluminadas en varios colores.

En el avión de regreso te tocó sentarte con una señora mayor y su hija. Platicaron mucho y le dijiste que estabas trabajando en el restaurant de una de tus tías paternas. Luego supe que fue a comer ahí al día siguiente: tu carisma se nota en todas partes a las que va y admiré tu adaptabilidad con todo y el cansancio y la lejanía.

Gracias Coco por pasear conmigo, por permitirme vivir contigo esas vistas de lugares fabulosos, porque cuidarte y procurar que estuvieras bien me hizo sentirme a gusto. Gracias por los conciertos, por los viajes, por compartirme un poco de tu dulzura, tu inteligencia y sociabilidad. Gracias por admirar el paisaje junto conmigo, por aprender cosas nuevas, gracias por tu risa y por permitirme recordar que viajar te da la posibilidad de desenfocar lo pequeño y de concentrarte en lo grandioso. Gracias mi “muchacha guapa de Tlaxcala”. Fui muy feliz como espero que tú lo seas y sigas siendo. Felices XV.