La soberanía del mexicano
Desde la idea política de la voluntad popular de Jean Jacques Rousseau, el mundo adoptó consecuencias; para México fue la misma lucha de independencia de 1810. Aquel evento oportuno para promulgar nuevas leyes y hacer valer las voces silenciadas de la Nueva España. Ahora, a más de doscientos años de libertad tenemos un nuevo conflicto: la falta de soberanía real.
La cúpula del poder ha estado bajo el mando de los rangos sociales altos, de una élite descrita como ciudadana y de una dictadura disfrazada de democracia. Y no es difícil de creer, nuestro nulo interés por la política ha permitido la diferencia de clases y la corrupción -en el más puro sentido de la palabra- de los actores políticos; y no solo en México, América Latina es el conjunto en sí mismo del pensamiento tradicionalmente conservador.
Me parece aberrante que en 2018 el mismo Vargas Llosa acuse de “suicidio del voto” el dirigirse por un camino alterno de elección popular en el proceso mexicano ¿acaso no es un suicidio el encaminarse por la misma dirección que tiene al país hundido en violencia, pobreza e impunidad?
El camino siempre se oscurece a estas alturas del partido; a unos meses de las elecciones podemos inferir una suerte de desacreditaciones basadas en el pasado. Ya quisiéramos tener líderes en estos días que dijeran “pelearemos a la sombra” como Dienekes en la batalla de las Termopilas cuando los persas le dijeron que si no cesaban sus flechas ocultarían el sol.
A veces el único camino de luz que nos queda en la conciencia y la memoria de no repetir errores, de informarnos e informar. Porque cuando la soberanía no alcanza, las opiniones sobran.
Ya dice el dicho: ¡qué viva la soberanía! (Pobres y jodidos pero muy soberanos).
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