Larga vida a la democracia

Larga vida a la democracia

¿Es una persona capaz de cambiar el mundo? evidentemente y por donde veamos la respuesta será “no”, pero ¿qué pasa cuando un cambio generalizado impacta al individuo?

Sartre arguye que la naturaleza humana no nos determina como individuos, el existencialismo da sentido a la vida de cada ser humano sin contar con sus creencias, cada uno es libre y responsable de sus actos. Bajo este tenor me es imposible no asociar al nuevo presidente electo de México con respecto al sentido colectivo de su labor.

Andrés Manuel López Obrador prometió al pueblo de México un cambio verdadero para el país siempre con la premisa izquierdista. Después de la “fiesta cívica” durante la jornada electoral del 1 de julio quedó claro que la confianza depositada en él superaría las expectativas de cualquiera; históricamente es el candidato con mayor aceptación social y apoyo colectivo. Pienso que es el ejemplo claro de la  poca probabilidad de un acto mesiánico y la agudeza con la que se puede triunfar cuando la democracia es evidente.

El impacto mundial que tuvo el triunfo de AMLO despertó en mí una especial curiosidad reflejada en el ambiente de proactividad y armonía que podía respirarse desde cualquier lugar físico o mediático. Reflexioné, y comparto ahora, que en realidad el trabajo de Estado se hace entre todos, la patria es representada por cada mexicano y la actitud proyectada ante el mundo es el más grande acto de fe que podemos emitir.

Concretamente, y como lo mencionábamos al inicio de esta entrada, una persona no tiene el poder de cambiar la mentalidad ni mucho menos el actuar de su entorno, sin embargo un pueblo organizado, comprometido y sobre todo LIBRE, es capaz de hacer el cambio anhelado por tantos años.

La política prefabricada que se vivía en México sufrió un desfalco irreversible, estamos en la era no solo de la información “líquida” sino también de las creencias fundamentadas en lo conocido y aquello que forma parte de nuestra experiencia invisibilizando aquel monstruo que no era un partido, sino una ideología. Ese monstruo que murió justo con muchas creencias y castigos éticos muy arraigados culturalmente.

Hoy las pláticas callejeras, las sobremesas y las redes sociales dicen más que los noticieros; los números sobraron cuando la voz, traducida en votos, por fin alcanzó su más alto volumen; como ciudadanos asumimos una responsabilidad genuina: darle vida eterna a aquella democracia que muchos murieron sin conocer y otros esperan alcanzar.