Analogía política, pura analogía

Analogía política, pura analogía

El escenario de un hombre en busca del sentido de la política, se dibuja, traza y diseña sobre el caótico paisaje de la vida en los campos de lucha política, grupal y de alianzas, individuales y colectivas. Así lo define teóricamente la ciencia política.

Indudablemente vive una tragedia, una vez aniquilada su esperanza y su apuesta a su líder que ya no existe más. Enfoca su dolor y acepta su realidad en su conjunto. Aquello le permite amortiguar el impacto de la turbación y es capaz de mitigar la sensación de crueldad de la vida y de sus oponentes naturales.

Al contemplar las hileras de tumbas y la multitud de muertos políticos en perfecta simetría, el honroso campo político, convertido en cementerio, solo parece albergar una multitud de personas recordadas con una dignidad política a prueba de lealtad y compromiso a priori y póstuma, tras una muerte aparentemente sin sentido y sin culpa.

Sí, el panorama cambia radicalmente a la muerte del líder. Antes de las tumbas, el jugador político, generaba una fuerza tal que sus oponentes temían. La muerte del líder abrió sus esperanzas y ambiciones más profundas. La imaginación era la herramienta fundamental en tales condiciones. Los paradigmas que hasta ese momento eran una realidad obligada, se desvanecían ante el entorno que prevalecía antes de la partida del líder. Cientos de vidas políticas malogradas fue el resultado.

En ese hueco frío y sin futuro, podría yacer una persona que, con visión, talento y creatividad, en plenitud de energía y con dotes de Foucault, tenía entre sus manos un proyecto profesional, que sin duda explotaría ante el escenario que se vivía.

Aquí, un hombre ha muerto, con la angustia de sus compañeros, al ignorar la causa, al no aceptar la circunstancia, a resistir la realidad que les esperaba. Y, él que se ha ido, ignora la suerte de los hijos arrancados de sus proyectos, uno a uno, al final todos, por aquella que se enseñorea y goza de las circunstancias.

El caos se apodera de las familias, de las parejas, de los matrimonios, de un hombre, de una mujer. No solo sortean los avatares de largas vidas, de esperas interminables, de esperanzas truncas; esperaban con sosiego gobernar juntos, envejecer juntos. No obstante, por los acontecimientos, les abortaron los sueños.

Hoy los cuerpos inermes de esos soldados yacen con una leve sonrisa, la batalla aún no termina, la lucha continúa, el reto es mayor, las fuerzas siguen allí. Si bien la sonrisa es helada, la esperanza en realizar sus sueños sigue en expansión por cada momento.

Esa suma de sufrimientos silenciosos, más el infernal horror de la pérdida y de la brutal monstruosidad para ignorar a los presentes huérfanos muertos, son su propia fuerza. Ellos aceptan con resignación vislumbrar el dramatismo de esta novela que tiene varios capítulos. El siguiente, los muertos políticos también votan.